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El Tigre

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El tigre, junto con el dragón, está considerado entre los orientales como una de los animales de mayor simbolismo; es el rey de la selva, al igual que el león lo es entre los occidentales y entre la demosofía africana.

Así, a veces será una fiera domada y otras una fiera en estado salvaje; participa, por contrastes, en las aporías del binomio Yin-Yang y su representación múltiple en todas las alternancias del universo. El Tigre procede del nordeste, y en la rueda de situación y origen ocupa justamente el lugar opuesto al Mono. Su tendencia Yang hace de él, o al menos así lo parece, un ser a quien se halaga, porque se le teme; es el único en producir estragos entre los espíritus malignos, devorando cualquier criatura ominosa del mundo abisal. A causa de ello, la sabiduría popular de las antiguas civilizaciones le encomendaba la salvaguarda de los más débiles, particularmente de los niños; también de los ancianos y de las personas más necesitadas de ayuda y protección. Algunos de los trigramas del I Ching nos informan sobre el modo más adecuado de tratar al Tigre para conseguir de él los mayores logros: parece imprescindible en todo momento venerar su fuerza, su poderío, y nunca se le debe tener por enemigo. Su significado emblemático siempre nos remite al concepto de jefe; al Tigre se le pueden aplicar aquellos aforismos del Tao Teh King: La fama, o tú mismo: ¿qué amas más? Tú, o tus riquezas: ¿qué amas más? Ganar o perder: ¿qué te hace más desgraciado? Algunos investigadores han dado a esta interpretación simbolista el nombre de astrobiología y, afirman, que en las culturas orientales, concretamente en China, el Tigre es siempre asociado a la Luna Nueva y a lo luctuoso y denegrido.
Para un tigre es más importante la ambición que el objeto ambicionado. A veces, el objetivo se pierde de vista y toda la acción queda sin finalizar, en un destino inesperado. Porque el éxito, para los tigre viene dado por otro factor independiente de su temperamento: la disciplina. Con ella, el salto del tigre le hará caer sobre su presa. Sin ella, el rugido y el zarpazo asustarán al aire y el Tigre terminará cansado de luchar con su sombra, pero nada más que las sombras se habrán conquistado.
Sólo una cosa se escapa al dominio del tigre: su propia naturaleza. Si un tigre llega a dominarse, a disciplinar su organismo y a organizar su mente, podrá pasearse por la vida sin temor. Si no lo logra, tendrá que ver cómo se destroza su cuerpo y su espíritu en una continua y desequilibrada lucha entre realidades y posibilidades, no logrando atemperar las unas a las otras. 

La soledad no le afecta, los desengaños tampoco; en esto no reside el peligro. Se acostumbran a ser reyes de lo terreno, pero no saben, por esa monarquía, relacionarse con los que le rodean ni conocer su entorno, pues han permanecido siempre en otro plano distante y distinto.
Los tigre necesitan del amor, aunque no quieran aceptarlo. Necesitan de la compañía de sus amigos y de quienes los aman, pero no lo saben, o, así lo parece, no quieren tener que aceptar la doble dirección del amor: la necesidad de amar y ser amado al mismo tiempo, no sólo por obligación, sino por mutua conveniencia, por llegar a poder disfrutar con plenitud de algo sublime.

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