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El Caballo

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Toda la preocupación por el saber a lo largo de los tiempos desemboca hoy en la aserción siguiente: El Universo empieza a parecerse más a un gran concepto que a una gran máquina. Desde la perspectiva del astrólogo, tal conclusión resulta tan antigua como la propia Astrología. Detrás de un concepto hay siempre un significado y no se sabe -al menos no se sabe en todos los casos- cuál de ellos será origen, causa, fin o, por el contrario, quien aparecerá como resultado, efecto, medio, etc. No obstante, el simbolismo del Caballo, y su conceptualización, resulta harto complejo; algunas leyendas ancestrales explican que hace casi dos mil años el Emperador Fu-Hi, cuando paseaba por la ribera del río Amarillo, descubrió un animal que a él le pareció fabuloso, pues poseía las características de dos especies, del Dragón y del Caballo. Este Caballo-Dragón, cubierto de escamas de color blanco y negro, las cuales formaban como una especie de figuras geométricas, llamó poderosamente la atención del Emperador, quien se dispuso a delinear los trazos que observaba en el cuerpo de aquel animal; el resultado fue la formación de un octógono con los trigramas (Pa Kua) y con el signo Yin y Yang (Tai-Ki). El dibujo confeccionado por el Emperador perdura hasta nuestros días, sin perder su fuerza simbólica, y forma parte del acervo cultural de la humanidad. Para otras tradiciones el Caballo significa la materialización, lo corpóreo, en oposición a lo espiritual, inmaterial e incorpóreo, conceptos estos detentados por el caballero. Se le asocia, también, con el predominio de los instintos sobre la conciencia y la razón; en este sentido simbolizaría aquella zona del mundo del inconsciente freudiano llamado el Ello. Algunas leyendas medievales relacionan al Caballo con colores diversos que encierran otros tantos significados y sentidos. Así, Caballo Negro simboliza la culpabilidad, la oscuridad y la tristeza; Caballo Blanco haría referencia a la actitud de inocencia y calma; Caballo Rojo sería el símbolo directo del sufrimiento físico, las heridas, la sangre y, en general, todo lo que tenga que ver con el dolor, tanto somático como psíquico. En ocasiones se habla, también, del Caballo Alado para referirse a la huida de la realidad, pues ésta se muestra desagradable; es sinónimo, además, de todo lo relativo a los sueños, a la fantasía, a la creación, a lo esotérico y a lo onírico.

Aquí tenemos a un lobo (o loba) solitario, a un buen y duro trabajador que no va a poder aguantar la presión de una tarea rutinaria o de una labor entre una masa de compañeros. Le horroriza por igual la burocracia y la masificación, casi tanto como le horroriza el fracaso. No se piense que el miedo no se debe a estos puntos abiertamente confesados. Desde luego, lo que no le asusta en absoluto es la cantidad o la calidad del trabajo, siempre que se pueda hacer en solitario, por libre, sin tener que estar sometido a otros controles que los de su responsabilidad. Por si fuera poco lo antedicho, digamos que el nativo del Caballo, este ser tan individual (que no individualista) necesita como el aire la sensación de estar creando el fondo o la forma de su trabajo. Es un liberal en todo y no podría dejar de ser un profesional, excelente, liberal con todo el riesgo que conlleva tal postura en la vida dura de nuestra sociedad. 

No hay un mal propio de los caballo, como casi no hay una enfermedad externa que pueda atacar la salud de ningún ser, así, por designio del destino. Las debilidades más características es lo que debe preocupar y, en este caso, los excesos en la somatización son los enemigos interiores que acechan a los voluntariosos caballo, siempre lanzados con un poco más de velocidad, de ansiedad a sus múltiples pero sucesivos objetivos vitales.

Apasionados y disparatados en los momentos culminantes de cada una de esas grandes y fugaces pasiones, los caballo son uno de los símbolos emblemáticos de mayor inestabilidad afectiva y de mayor intensidad amatoria. Con su amor se construye un organismo entero que le acompaña para tal ocasión. Es decir, se enamora por una palabra, un roce, un deseo, y tobillos, omóplatos, clavículas, bazo, encéfalo, aorta, colon, bronquios y pómulos sufren la desaforada pasión. Se resienten los tejidos óseos la médula, los cartílagos, la dermis y los meñiscos. Sufren y gozan todos los elementos del rompecabezas humano y la pasión se difunde quizá por ósmosis por todo el organismo. Después, cuando pasa la vorágine, queda la huella pesada y longeva del esfuerzo excesivo, del control perdido. Los caballos se enamoran de espejismos construidos a la medida de sus fantasías y las respuestas sentimentales se pierden, a veces, en el vacío, porque no hay real objeto de amores, sino una sensación siempre presente de que ahora es el momento, de que esta es la persona. Como si la ansiedad fuera una razón en lugar de un impedimento para la marcha de los sentimientos.

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